Después de algunas desilusiones literarias, aquí estoy nuevamente
recuperando las energías para seguir escribiendo, ya que al fin y al cabo ( y
sin ánimos de sonar trascendente) es una de las pocas actividades que me
mantiene atado a la fantasía y a esos sueños que muchas veces parecen que se
quieren escapar.
“En la montaña aprendes que eres muy pequeño, una piedrecilla que baja o
una tormenta te pueden eliminar del mapa, y eso me hace relativizar mucho las
cosas y entender lo que es importante.”
Killian Jornet
I Parte
A pesar de que era mediados de mayo, el frío todavía estaba presente
en Toronto y la primavera sabía mas a otoño que a primavera.
Los preparativos para el viaje llevan ya varias semanas, el menú para
alimentarnos por cinco días en la montaña estaba listo, la comida deshidratada
debidamente empaquetada, al igual que el equipo, que va desde la tienda de
campaña a los utensilios para poder cocinar en la intemperie.
La habitación en nuestra casa que usamos como oficina es un galimatías
con tantas cosas regadas a doquier, sin embargo a pesar del caos todo esta en
un orden convexo, los mapas, las mochilas debidamente empacadas, las botas y
tantos elementos que al fin determinan el éxito de la aventura.
Shoshannah, con mas experiencia
que yo, cuida cualquier detalle, que por absurdo que parezca puede ser
fundamental cuando se esta en medio de la nada.
Por fin, el día indicado había llegado y nos levantamos mas temprano
de lo habitual para emprender una nueva aventura que tenía como destino las
smoky mountains en Carolina del Norte.
Por delante teníamos un día largo y varios kilómetros por recorrer, al
igual que esa emoción que siempre esta presente cuando se tiene que cruzar una
frontera y el hecho de que era mi primer “road trip” por los Estados Unidos.
Muchas veces me parece que estamos tan cerca de los Estados Unidos,
para ser mas exacto a dos horas conduciendo, sin embargo cuando se cruza la
frontera me parecen que las distancias son inacabables, tanto las distancias ideológicas
como las geográficas, mas las ideológicas que separan tanto Canadá de esa
poderosa nación.
Lo mas interesante de los “road trips”, aparte de los magníficos
escenarios que nos arrojan algunas carreteras, es el hecho de poder parar en
pueblitos a tomar algún café o a contemplar cualquier paisaje olvidado en medio
de la nada, bajarse del coche y entregarse a contemplar alguna vista que no era
esperada.
Aunque, debo de admitir que extraño los trenes y los viajes en
autobús, donde solía tener todo el tiempo del mundo para leer y para soñar
despierto, mientras miraba por la ventana como los segundos pasaban
desdeñosamente, acompañados muchas veces de imágenes borrosas.
En esta ocasión la historia fue otra: me tocó estar al frente del
volante por varias horas, alternándome con Shoshannah y cuando no estaba
conduciendo trataba de descifrar infinitos mapas que parecían que nunca
terminarían teniendo sentido alguno.
Aquel viaje representaba algo mas que un simple recorrido por las
carreteras estadounidenses; representaba el encuentro con la montaña, con el
bosque y el silencio; elementos que se necesitan tanto, especialmente cuando se
vive en una gran metrópolis como Toronto.
Los kilómetros se fueron extendiendo y fuimos cruzando varios estados
de la enorme nación norteamericana, hasta que el cansancio no daba para mas y
decidimos que lo mejor era pernotar en un motel de carretera en algún lugar
remoto de Pennsylvania.
La mañana siguiente el sol brillaba con toda su intensidad y todavía
teníamos varios kilómetros por delante para llegar a nuestro destino, después
de una parada obligatorio para desayunar y para volver a la vida con el ansiado
café, la carretera aguardaba por nosotros.
Manejamos por horas y horas por carreteras de dos carriles, esas que
tanto me gustan, dejando en el olvido las tristes autopistas y sin darnos
cuenta, las deseadas montañas se fueron asomando al borde de varias praderas.
Entramos en el Estado de Carolina del Norte siendo recibidos por una
brisa cálida y una humedad que nos cayó de maravilla, después del largo
invierno canadiense, bajamos los vidrios del coche para que ese aire cálido
entrara y dejará en el recuerdo el frío que nos precedía.
Seguimos transitando por las pintorescas carreteras de dos carriles a
la orilla del río Pigeon, hasta que la oscuridad nos abrazó, robándonos así un
solemne escenario revestido de un encanto netamente natural, no obstante nos
regaló el mágico susurro de las aguas del río en mención, que cruza el estado
de Carolina del Norte hasta llegar a Tennesee y una luna que relumbraba el
camino trepidantemente fue nuestra guía.
Llegamos al lugar designado para acampar y del cual la mañana
siguiente estaríamos saliendo en nuestro andar por cinco días a través de las
Smoky Mountains.
Montamos la tienda con la ayuda de nuestras lámparas y antes de caer
profundamente dormidos con el murmullo de las corrientes del Pigeon repasamos
un tanto el mapa y la logística antes de emprender la aventura.
Extrañaba tanto dormir en una tienda y enfundarme en mi saco de
dormir, despertar la mañana siguiente y encontrarme con ese rocío intenso que
resulta imposible de describir.
En el campamento base se encontraban varios excursionistas, algunos se
preparaban para caminar por el parque, otros habían regresado después de pasar
algunos días andando por los milenarios senderos, se notaban sumamente
fatigados, desaliñados y con esa sensación que conozco muy bien, y que es una
mezcla de felicidad por volver a ver algo de “civilización” pero, que al mismo
tiempo termina en una tristeza profunda al dejar todo lo sublime que nos
regalan las montañas y el estar expuestos en su totalidad a los designios
sagrados de la madre naturaleza atrás.
Preparé un café en la estufita portátil y un té para Shoshannah,
mientras el sol empezaba a asomar a través de los gigantescos árboles que
resguardan el campamento base. El primer sorbo de café me cayó de maravilla y
sentí esa paz que solo se siente cuando se deja un millón de pasados atrás.
Shoshannah despertó y se unió a mí , estirando sus brazos como dos
alas revigorizadas dispuestas a emprender el vuelo hacía cualquier cielo.
Era un día espectacular, el susurro del río Pigeon se hacia sentir y
antes de desayunar nos asomamos hacia un pequeño arrollo que se enraizaba en
una cascada a unos cuantos pasos del campamento base.
Desayunamos y preparamos lo esencial para llevar con nosotros en
aquellos cinco días en que dejaríamos atrás nuestros móviles, el apuro de
contestar correos eléctricos, las redes sociales, las macabras noticias que a
diario circulan por los medios informativos y toda la presión que representa
vivir en un mundo tan moderno y en una sociedad tan competitiva.
Todo se resumía a nuestras mochilas y a esas ganas insaciables de
escaparnos de la realidad.
Desmontamos la tienda, nos cercioramos de tener lo necesario y otra
vez Shoshannah me sorprendió con su capacidad organizativa de tener todo
debidamente calculado, desde la raciones de alimentos que necesitábamos hasta
el botiquín de primeros auxilios y es que cada ínfimo detalle marca una gran
diferencia cuando se este lejos de cualquier indicio de civilización.
Las smoky mountains eran mi segunda aventura de montaña, mi primera
aventura había sido cuatro años atrás en el Val d’ Aran en Catalunya, donde
afortunadamente logré admirar paisajes que hasta el día de hoy no he vuelto a
ver; como encontrar un pequeño lago de aguas turquesas a dos mil metros de
altura y caballos salvajes cabalgando a un compás libertario.
Sin embargo, he aprendido que queda montaña es diferente y única al
mismo tiempo, y lo mas importante: he aprendido a respetar las mismas y a saber
que en cualquier segundo todo puedo cambiar, de un intenso calor y la peor
humedad, se puede pasar a un frío penetrante, se tiene que estar preparado para
todo y al mismo tiempo se debe ser minimalista, cargar lo esencial y ser lo mas
liviano que se pueda.
Dejamos lo que no necesitábamos en nuestro coche, el cual volveríamos
a ver en cinco días y sin mas preámbulo nos encaminamos en búsqueda del primer
sendero del día. Eran las nueve de la mañana y ocho millas de cuesta arriba nos
esperaban, el peso de nuestras mochilas no fue capaz de borrar la sonrisa que
se dibujaba en nuestros rostros ante la excitación de desaparecer entre las
sendas que nos conducirían a vivir otra aventura.
Toronto, 30 de septiembre, 2014.